No pueden
imaginarse ciudades contemporáneas sin museos. Se han convertido en ese
requerimiento obligatorio para formar parte del mundo globalizado. Las masas
los aclaman en los destinos turísticos más emblemáticos: se posan en ellos para
tomar la mejor fotografía, hacen filas de horas para poder entrar, y cuando
entran, tal vez sucede poco menos de lo que esperaban. El museo ha evolucionado
tanto hasta convertirse en protagonista pero, ¿protagonista para quién? Se me
ocurren aquí varias opciones: protagonista para el lugar donde se emplaza;
protagonista para organizaciones privadas que lucran con su imagen; protagonista
para el arquitecto que lo creó; o protagonista para el visitante que lo
disfruta. ¿A quién sirve realmente el museo posmoderno?
Imaginemos
que nos remontamos en el pasado, donde el recinto museo como tal no existía, y
solo eran templos para la contemplación de las musas griegas. Y si hubiéramos de
encontrarle un personaje ficticio a este protagonista -o antagonista- quién se llevaría
ese papel: la belleza encantadora de una sumisa musa que está ahí a merced de
un creador y que coquetea para estimular los más sensibles estados de la creación,
o un soberano del antiguo Egipto descendiente de dinastías reales capaz de
gobernar y moldear a través de su casa grande una civilización.
Mi reflexión
se basa en cuestionar cuál de estos divagamientos es el más acertado: ¿Es
el museo la musa divina, que según la leyenda, bajaba a la tierra a susurrar
ideas e inspirar a aquellos mortales que las invocaran? o por otra parte, ¿se
ha convertido en un faraón que requería estar muerto en vida pero manteniendo su imponencia por
fuera para ser venerado como deidad? Divinidad o poder, es la cuestión.
“Si el amor al arte es
la señal de la elección que separa como
infranqueable a los
elegidos de los no elegidos, se comprende
que los museos
traicionen, en los menores detalles de su
morfología y de su
organización, su verdadera función que
es la de reforzar en
unos el sentimiento de pertenencia
y en los otros el
sentimiento de exclusión.”
Pierre Bourdieu y Alain
Darbel
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There is no way to imagine contemporary cities without museums. They have become in that mandatory requirement to be part of the globalized world. The masses acclaim them in the most emblematic tourist destinations: they alight on them to take the best photographs, they make rows of hours to get in, and when they do, probably it happens less than they expected. The museum has evolved so much to become a protagonist but, a protagonist for whom? I can think of several options here: protagonist for the place where it is located; protagonist for private organizations that profit with their image; protagonist for the architect who created it; or protagonist for the visitor who enjoys it. Who really serves the postmodern museum?
Imagine that we have traveled in the past, where the museum enclosure as such did not exist, and they were only temples for the contemplation of the Greek muses. And if we had to find a fictional character to this protagonist -or antagonist- who would take that role? the charming beauty of a submissive muse who is there at the mercy of a creator and flirts to stimulate the most sensitive states of creation, or a sovereign of the ancient Egypt descendant of real dynasties able to govern and to mold through its great house a civilization.
My reflection is based on questioning which of these ramblings is the most accurate: Is the museum the divine muse, which according to the legend, came down to Earth to whisper ideas and inspire those mortals who invoke them? or in the other hand, has he become a pharaoh who required to be dead in life but imposing on the outside to be venerated as a deity? Divinity or power, is the question.
"If the love of art is the signal of choice that separates
impassable to the elect of the non-elected, it is understood
that museums betray, in the smallest details of their
morphology and its organization, its true function that
is to strengthen in some the feeling of belonging
and in others the feeling of exclusion."
Pierre Bourdieu and Alain Darbel
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